viernes, 17 de abril de 2009

OTROS POEMAS - Bs.As. 1982

LA GUITARRA DE ARANJUEZ

Aquel hombre tomó en sus manos
la orilla del atlántico
y tiró de ella hasta que América toda
se subió a su playa.

Luego,
con esas mismas manos húmedas
de sal, caracolas y algas,
tironeó del monte
hasta que los Urales
y el Himalaya
y las islas fantásticas del Pacífico
quedaron arrollados
como una alfombra que se sacude
en gigantescos pliegos
de bosques praderas, rocas y aguas.
Después,
África, selva y desierto,
confundida en una maza
de colores hacia el cielo.



Estaban hechas las fabulosas gradas.
Estaba hecho el anfiteatro.
Y en el centro
una guitarra viva comenzó a girar
en una danza cósmica
sacudiendo su melena de piel y metal
en una danza feroz dulce desconocida
entonces
el próximo fusilado de Goya
se quitó la venda de sus ojos
y comenzó a llorar
y cayó de rodillas estremecido
frente a la danza al fuego a la vida
Y los fusileros de Goya
soltaron diez disparos contra el muro
diez palomas ante los ojos atónitos
diez gotas de sangre
contra el mundo.
Y el griego resucitó al conde
y enterró el cortejo.

La guitarra viva giraba
para la humanidad
con su boca abierta en un grito
con su boca luminosa y enrejada
con su madera infinita
ante un planeta
amontonado
conmovido.

I

Antes que la peste
soltara sus podridos dientes negros
sobre el aire de Guernica
sobre el vientre claro de España
Y más antes
que la furia del infierno
azolara las juderías
y las tabernas de esqueléticos bebedores
Y mucho más antes
que fuera demolido el templo de la muerte
el trono de la hiena
la corona demencial
de los verdugos
¡fue tan antes!

II

La guitarra viva
ahora hablaba
en un canto de hombres y mujeres
y niños jamás escuchados
en un canto mineral
un canto líquido y vegetal
un canto que podría ser pintado
en la sonoridad de sus figuras.


EL CORO DE LA BOCA

En la pileta la señora gorda,
a las cuatro de la madrugada,
lava pañales,
platos,
esperanzas.

Mientras las babosas se deslizan
ágilmente a sus manos arrugadas,
a sus ojos,
a su boca,
a su rabia.

El esposo suelta en la cama
la curda que trajo callado,
pero el fragor
de los ronquidos
lo delata.

Un niño se despierta, el menor,
y al llorar da la alarma.
Son dos, tres,
cuatro niños llorando
a las cuatro de la madrugada.

Son seis, siete, quinientos,
mil niños ahora llorando sin pausa,
todo el conventillo,
el barrio
con la misma serenata.

La señora gorda no se inmuta,
y todo el planeta se desvela y levanta.
Ya no son las cuatro
y los niños
no se callan.

Los animales desesperan, corren,
vuelan y nadan, y solo las vacas,
siguen su eterna,
indiferente
marcha.

La señora gorda recoge en un balde
los pañales, los platos, la esperanza
y regresa
lentamente
a su casa.

Al entrar los niños se le abalanzan,
uno por uno los vuelve a las sábanas
(el marido
duerme
la curda desparramada)

Y callan primero los cuatro niños,
luego el conventillo, después toda la manzana,
el barrio,
el planeta.
Y aquí se acabó la cantata.

LA BOCA

Anoche la luna se balanceaba
en la cúspide de un conventillo,
después se alzó en el aire
con aletazos luminosos
y se perdió en la altura.

Cuando esto sucedía,
un mendigo hurgaba diligente el basurero
rodeado de gatos
que vestían igual que él.
A diez metros
una pareja se evaporaba
en las sombras
como una voluta de humo:
hacían el amor
en la fascinante neblina
que los tragaba.

Y debajo del puente los barcos,
debajo de los barcos el riachuelo,
debajo del riachuelo un cadáver
con su ancla de piedra
incrustada más allá del fondo.

II

Y viene el cansancio
y me devora el hígado,
el pecho, los brazos,
después
los alucinados ojos.

Hasta que caigo seco, pesado
como un gran tronco,
partido
en la mitad del milagro
o la demencia.

LA CANCION

Y no hago más que repetir una vieja canción,
una remota melodía.

Vuelvo a repetir
el cansado, monótono silbar
a extramuros.
Estoy en el vértigo
de hoy sobre hoy.
Hoy sobre hoy.
Hoy sobre hoy
hasta el infinito,
pero:
El mundo no se despereza.
Un anciano
asoma en el umbral de la caverna
blandiendo un garrote
hacia el satélite.
En la selva, un aborigen caoba
brilla en la penumbra.

Estoy repitiendo la canción,
las mismas notas
que murmuran las ruinas,
la que no cesa de reiterar el sol.

Un cohete zigzaguea
a ras del suelo.
El niño iraquí
se parece al niño peruano.
El joven de Etiopía
mastica la arena.
En Nueva York un joven
mastica el cemento.
El cohete entró de golpe
en la caverna del anciano.
El aborigen cocina raíces
y hormigas.

Si, esta canción es la misma,
las piedras la conocen,
la oyeron miles y millones de veces,
los esqueletos la tararean.

I

Y la canción rueda
de monte a monte,
de aldea a aldea,
de mar a mar, de sombra a sombra.
La misma canción
pretérita y futura.
La misma canción
como la sangre en torrente.

La canción lunar
que barre las colinas,
sube a la cima
de la especie animal
estalla y se reproduce,
y se puebla la vida de vida
y el cielo
se puebla y se despuebla
y se desploma
como un ave gigantesca.
Otra vez la canción solar,
la melodía humana
desnuda en la palma desnuda
del planeta,
en el horizonte del universo
terrenal.

EL SEXO

Me gustas
sencilla,
clara,
salvaje,
salpicada del tiempo que transitas
con tus pechos
femeninamente antiguos,
con tu boca
de copa y néctar.

Me gustas
violenta,
sabia,
ingenua.
Poblada de todos los hijos terrestres,
de toda la marea
en tu cintura.
Con ese olor a selvas, a vendimia.

II

Aré tu tierra
desnudo,
agitado.

Entré como a la historia
con mi bandera,
mis herramientas de labrador,
y vos
como la historia,
o el mundo,

me diste un sitio
donde sembrar
mi sangre
y mi corteza.

III

Mujer, aprenderemos juntos
este camino.

Tenemos que aprender
la vida
nuevamente.

Tenemos que aprender
la unidad
y sus matices.

Aún no hemos sido
profundamente felices.
No hemos conocido
la cara interna
del amor.
Buceamos en la penumbra, lo sé,
y tocamos algo
que tal vez fue la capa
más cercana de la belleza,
pero no hemos sido
profundamente
bellos.

IV

De allí vengo,
de tu estructura.

Toda mujer me ha parido,
me ha dado a luz.

Con todas conocí
mi antigua Patria.

Voy a recorrerte una vez más.
Voy a roer tus huesos,
tus luminosos huesos,
tu carne espumosa donde sueñan
los albatros diminutos,
febriles,
de mis manos ciegas.
Voy a hundirme en tus abismos
hasta la más profunda llama
donde crepitan
las onduladas raíces
de tu dulce, inmolada, cabellera.

Voy a perderme una vez más, lo se,
en tu penumbra.
Voy a andar, lo sé también,
a tientas,
siempre empiezo con vos
donde los ramajes
florecen
o se incendian.

V

A través de tus escombros
hay señales de fuego,
bocas de fusiles
con sus fauces abiertas.
Hay olor a hogar
demolido,
a demencia,
a corrompido desván
donde murmuran
las antiguas
fantasmales bibliotecas,
con muñecos de trapo
y pájaros
de cera.

VI

Te estoy amando
¿te das cuenta?
Me muero de sangre que se va
por las venas
de tu insaciable paisaje.
Me muero de ojos condenados
a soledad perpetua.
Y no puedo seguir recorriendo
tu laberíntica
y desfigurada silueta.
Ya al mirarme
a través de la herida
veo latir
un desconsolado planeta.
Tan inmóvil
en sus latidos sin mar,
sin pájaros; sin tierra;

Todo lo ha mordido
hasta el hartazgo,
invisible fiera,
la tristeza

SERENIDAD

Me detendría hoy
un largo instante
junto a los álamos enfilados
hacia el horizonte,
bajo los verdes
manzanos.
A palpar la tierra, las raíces,
las húmedas ramas
extendidas
maternalmente con sus frutos.
Me quedaría
mirando el cielo entre las hojas,
a dejar que crezcan
sobre mi
como en una patria
los hijos arrebatados
al musgo
y al rocío.
Los hijos de la tibia madera.
Me quedaría
una eternidad diseminado
entre canales
y semillas,
junto al cosechador
y a la morena
mujer que amasa y canta
una tribal canción
de pan
sobre la tarde.

EL CABALLO

Un barco,
allí, en el muelle,
tiene mi nombre
en un costado.
Está desierto.
Está
como dormido
en su metal,
en su madera,
en la penumbra.
¡Muerte!
¿Quién te ha erigido
Capitán?
¿Quién, de ese navío, quién
te ha puesto
sobre la borda
a esperarme?

Con un caballo me iré.
Con un caballo de tierra
a galopar
tus páramos repletos.
El barco,
para los marineros.

Yo me iré
galopando al sur
entre los bosques
y el desierto.

LA PATRIA

Porque las alimañas pretenden
prenderte fuego.
La rapiña a veces te corta un hijo,
a veces te lanza una escupida que no llega.
Porque
por tus ríos entran de noche
peces de metal salvaje,
y entre el follaje de tu pecho, como reptiles,
entran tropas, tropeles
de fantasmas arados hasta las cuencas
de sus imposibles ojos.

Por eso debes
izar el sol constantemente,
el sol aborigen,
la raza solar hasta la cima
del penacho volcánico incolumne,
el mástil insomne
de tu frente, patria.
Por eso debes
elevar tu pabellón selvático
para conocimiento del mundo.
Por eso debes
poner la llama humana,
la rama viva
sobre el pedernal
más alto de tu costa.

LA VISION

Y yo creía
que era mi estrella.
Cada atardecer
entre el humo y el cemento
ella venía
tímidamente,
venía
y se empozaba
al centro
de mi ventana ajena.

Pero no estaba
al sur
como creía.
Allí, en ese sitio,
todo da
invariable,
rutinariamente
al norte.

Estos poemas fueron escritos entre los años 1983-1985, en el barrio de la Boca, Buenos Aires. Forman parte de un libro "La calle de este día. Otras calles. Otros poemas".

OTRAS CALLES -Poemas- Bs.As. 1982

SETENTA Y SEIS

Acá pasó de todo, sí,

la brújula del enemigo
señaló
sangrientamente
¡SUR!
La rosa de los vientos
estalló en mi costa
desatando el maremoto
y la penumbra,
levantando un muro de sal y piedra.

En mi camisa llevo
polvo de escombros, fragmentos
de pétalo cárdeno,
raíces
que arrancó de cuajo
la furia de la demencia.

Acá pasó de todo, sí,
un témpano filoso entró en mi calle;
una fila de cuchillos
casa por casa,
cada habitación.

Aún sangran los colchones,
los armarios,
las ropas ultrajadas,
las bibliotecas
mutiladas, mudas.

El fuego cómplice traidor
me devoró varios poetas
en segundos,
como los cuchillos con sus dentaduras,
las miradas fraternales
y los besos.


LA SOLEDAD


Esta noche hay un naufragio
de peces metálicos
de piedra de empedrado
bajo la luna desnuda
Sobre el asfalto
que cubre la tierra inmóvil

Esta noche hablo de vos
con el cenicero y el papel
con la rosa acalambrada del estante
con el pájaro de cera roja
que lleva un cascabel al cuello
un cascabel mudo dramático

Esta noche del naufragio vos
tenés mi vida en tu cuello
como el cascabel del pájaro así
mudo en tu piel de cera clara
adherido, como un beso eterno
y dramático al oleaje de tu sangre

De esta noche dejo a salvo
tu corazón, fruto sonoro,
tu pulso golpeando mi garganta,
tus piernas cálidas de estío, de árbol
ágil, de raíces
que sentí tantas veces arrastrarme
al más hermoso fuego, a la luz.

De esta noche de naufragio dejo
fuera de las aguas tus pupilas,
dejo fuera
del alcance del espía y el traidor,
del desastre y el siniestro observador
que espera,
dejo fuera de la desesperación y el miedo:
este amor,
mi salvavidas y mi corona
mi bandera,
mi indevaluable moneda
y mi semilla.

Tu rastro en mi almohada y mi pecho
sigue intacto, en el insomne curso
de las agujas mortales del tiempo.

LA MEMORIA

Un día vimos
como arrancaron de la tierra:
la tierra
y su semilla,
el mineral, la flor,
las húmedas raíces

Y vimos
la oscura tierra volverse
amarilla,
cenicienta.
Hojarasca fundida,
océano de piedra.

Un día vimos
como combatieron al viento,
como disparaban
al aire
y a los hijos del aire,
y al cielo por la espalda.

Y vimos
nuestros propios ojos muertos
invadidos
por el fuego
y metales
pulverizados

Un día fuimos
la selva, el clima, la bandera,
la vendimia,
el vino salvaje,
y sobre todo;
la tierra ¡la tierra!

GUARDIA CALLES

Como furia blindada son,
como bestias automáticas insaciables.
Van por la calle husmeando la vida
en su vértigo de armas incontrolables.
El gatillo razona su eficacia
bajo un dedo muerto.

I

El hombre huye.
Vienen los metales armados de bestias.
Un rayo oxida la cara del joven
que ahora es un Cristo sin cruz.
La noche ha nacido en aquellas pupilas heladas.
El mantel del cielo se desplomó
sobre la espalda de aquel desconocido hermano.

II

El plomo y la lujuria están de fiesta,
aletean como pájaros grotescos,
miden, señalan, se regocijan y beben
la sangre tibia
de la cara del hombre.
Alguien premiará por aquella cabeza
llena de nidos minúsculos.

III

Por donde pasan
se pudre el aire como una fruta.
Como si la sarna hiciera presa
de los ojos de un anciano dormido,
o de un niño
recién parido sobre la tierra.

IV

Alguien construye
animales y los suelta en altas horas.
Animales que surcan la penumbra, la borrasca
y se arañan y babean
detrás de un cristal blindado.
Animales que jadean en su voracidad,
en sus hambres demenciales.
No les dejes vida a mano:
todo lo destruyen.
Mira esa casa:
ha pasado por allí
una virulenta lluvia de ácidos.
Por allí estuvieron.
Allí existía una canción irreproducible.
Una mirada encendía el ventanal
cada madrugada.
Habían besos aleteando en los cuartos
y en el patio los colores
de cada primavera con sus hijos;
ahora solo quedan
paredes, muros orinados por las bestias
y sólo habitan ese hogar
negras palomas del silencio.

CALLE Y CARCEL

Y uno mira al rededor.
Los niños de pasto y gritería.
Las baldosas partidas por el foco
solar.
Fuma bajo el árbol centenario, piensa..
Unos muslos pasan alborotando
el mediodía y uno
tiene hambre y no se decide,
se levanta y camina
sin rumbo en los horarios y las heridas


Alguien
infinitamente lejos y cerca a la vez
apoya la frente
en los barrotes,
abre el portón de la memoria
y juega con la planta de los recuerdos.
De pronto, entre las ramas,
aparece una mirada aguada de nubes,
una mesa tendida con sencillez,
una calle de barro,
una sirena,
un derrumbe,
otra vez los barrotes,
el vacío.

CALLE COLMENA

La calle está llena de mujeres.
La calle está llena de hombres.
La calle es una colmena dividida,
Un hormiguero partido en dos sexos,
mirándose con desconfianza
o voracidad,
con impotencia.

Una pareja pasa lamiéndose
mutuamente con dulzura, con una
ajena ternura poblada de párpados
y dedos.

Miradas de odio.
Miradas celosas.
Miradas de nostalgia.
Miradas de cenizas.

Miradas, Miradas, Miradas.
Un río de pupilas
azolando aquellos cuerpos amantes.

Desde hace Miles de años
hay ríos de pupilas sin entender.
Hay una catarata de sables y sotanas,
de templos y garrotes.

Hay muros en la calle,
altos muros.
Hay que derribar muros para amarse.
Estamos a sólo un segundo,
a medio paso
sin poder existir completamente.

Viendo como la calle
se llena de mujeres y hombres
solos,
partidos por un hacha
remoto, diseminados como diminutas
colonias, mínimos súbditos
de un arcángel castrado
que alza su vara neurótica
a través de los siglos
sembrando el pánico y la soledad.

CALLE ENTRE HORARIOS

Rompen la vereda.
Cavan, sudan,
se entumban lentamente
hasta tocar las eléctricas venas
de la ciudad sumergida.
Luego hierven
el negro pegamento
y regresan a la profundidad.
Allí entre raíces de cobre,
confundidos
con el cieno y la piedra,
desaparecen.


DIVISIÓN DE LA CALLE

No estamos en la misma calle.
Nos vemos, si,
nos oímos,
nos sabemos.
Pero no estamos en la misma calle.

Las paredes se parecen.
Y el asfalto, y hasta los muebles
desmayados detrás del cristal.

Podría decirse
que estamos juntos, cerca,
pero no unidos.
Aún amontonados frente al desastre
no hacemos
la unidad necesaria.

Aún salpicados
por el mismo barro,
golpeados por los estampidos.

Nos vemos, sí,
a través de una distancia
de siglos y de espantos,
de tierras y neutrones,
con la nariz aplastada contra una vidriera
que el polvo va cubriendo.

Aún sentados en la misma mesa
la madera nos separa
como un puente a través de la historia,
a lo largo del mundo.

VARIACION SOBRE LA CALLE

Se que no podrían ser los mismos.
Nadie ya es el que era,
segundo a segundo.

Si los pumas mataron los pájaros
de una edad
y los edificios desbordaron sueños:

Nadie ya es el que era,
gesto a gesto.

Si en las veredas paso el fuego
del metal enrarecido
y en los ojos de los niños aparecieron
viejos
mendigos.
Pero ¿en qué país quedo tu risa,
la risa volátil como un globo,
la alegría que adornaba tus deseos?

¿En qué patria de los olvidos cayó
sin alas lo que fuera
ámbito de tu pecho?

¿En qué mundo antiguo se suicidó
tu alma llena de balazos ajenos?

Se que no podrían ser los mismos.
Nadie ya es el que era,
segundo a segundo.

MANIFIESTO DE ESTA CALLE

Te dejo este panfleto de los días,
esta bandera remendada.
Este cortejo de fúnebres alegatos
sobre el papel amarillento
de un periódico,
el mismo que vi volar deshojado
por el viento,
el mismo que usó un linyera para taparse
en las heladas noches de junio,
para morir
luego de hambre
en la estación más gris
de la patria.

Te dejo este espejo
en el que te reflejaste tantas veces
entre la multitud.
Frente a las vitrinas
de lo imposible.

Ahí está
con sus remiendos
y sus llagas,
sus cruces infinitas
extendida en la palma
desconocida de tu mano.
La llama inextinguible de esta vida común
en superficie.
De esta vida agujereada pero insumisa.
De esta vida única y terrestre.


PRE-EPILOGO


No me dispares.
Voy a estar igual en todo cuanto toco.
Voy a llegar millones de veces,
como espejos enfrentados,
voy a repetir mis ojos en los tuyos.

Otro fuego me reclama.
Otras llamas más profundas como
raíces de luz bajo este día.
Me precisan
no como sombra,
no muerto de disparos tristes,
Me requieren
intacto
en la estatura de la vida.
Me solicitan
de tierra y de árbol,
de madera metálica,
transparente.
Al igual que yo, la luna irviente
del crepúsculo,
en la marina cintura de tu cuerpo luminoso.

No me dispares,
duele en mi ya un holocausto
simultáneo, una feroz escala
de números bermejos.

Las cifras del dolor que multiplican
los gatillos de los pastores
del invierno.
De los que arrean los diluvios
desde una campana enloquecida.
De los que roen
los huesos amorosos
de mis pájaros sanguíneos.

EPILOGO

Aquí o en el final
del paisaje que aún no llega,
puedo decir que ya
te estoy amando o muriendo.

Lo estuve pensando niño
y después cuando el sol vertía
el apuro de amor,
la urgencia de humedad sobre mi alma.

(En la calle me azotaba el viento
y en mi casa las paredes)

Te ibas y llegabas siempre
con el mismo puñal sangriento,
con la misma y atardecida arma.
Te ibas y llegabas siempre
puntual
a la hora de mis muertes.
me traías la cruz repujada,
torpemente,
la cruz de los idiotas y de los olvidados.
Me traías las lápidas y las flores
de papel de diario.
Las horrorosas coronas de los difuntos
prematuros o inocentes.

Te ibas y llegabas siempre
tapándome el pecho y la garganta
¡el sueño!
Sacudiendo mis escombros adolescentes
con tu alma indescriptible.
Jugando sobre mis ruinas como
un fantasma hermoso,
como una bella herida de ojos grandes,
como una fascinante estrella lúdica

Te ibas y llegabas siempre...

Y te tengo que esperar
hasta que estalle esa vidriera,
hasta que vuelen por el aire
los vidrios demolidos de esta larga noche.
Hasta que salten en pedazos
de afiebradas multitudes el último
peldaño de esta
era
nocturna, subterránea.

Te tengo que esperar
como recien nacido o llegado
de las penumbras.
Para eso me mato diariamente,
me dispongo
y te espero,
amasando la tierra
donde deposito mis dolores,
donde dejo caer mis raíces con alivio
(me pesa esta geografía
de llagas profundas).

Y así te voy construyendo
para esperarte desde adentro,
desde el mercurio de tus venas rotas,
me aproximo y me derrumbo,
y reaparezco besándote la arena,
la playa que da a luz los materiales
de la futura hembra.

Te construyo.

Te espero.

FINAL DE UNA CALLE

De aquí no me muevo
hasta que salga el sol,
hasta que asome la luz,
la prístina luz de la alborada.
No saco mis pies, mis ojos,
mi corazón de este sitio.
Antes veré arder la flor crucificada.
Antes se partirá la tierra y partirán
las cobardes golondrinas.
Antes caerá mi historia como una hoja más
de la planta universal
que me sostiene.

I

No marcharé nocturnamente
como un traidor
a mi propio pecho desmayado.
Hasta que salga el sol es la consigna.
La señal de amor
que me recorre igual
que una nave mágica
la corriente de mis ríos sanguíneos.

II

Ya no soy yo en este barranco
sino el ser imaginario
de un mendigo transparente,
de un esclavo africano de hace cien años,
de un oficinista europeo.
Ya no soy yo en esta pizarra
borroneada hasta el infinito.
Soy lo que el mal sueño de un verdugo
sintió picotearle las entrañas.
Soy la rama lejana de un hombre antiguo
enclavado en la estatura de su lucha.
Ya no soy
sino el eco de una voz sumergida,
ese canto mineral
en las vísceras del mundo.

III

De aquí no me muevo
hasta que surja la luz.
No quito mis raíces doloridas,
mi emblema de pupilas en llamas,
mis sonoras regiones, mis praderas
de polen extendidas hacia el confín de tu cuerpo.
Nadie, nada,
me quita de este sitio
porque ya no soy yo
y aquí espero el sol, la alborada,
sobre este mantel bermejo, sobre esta piedra
enrojecida como un corazón extraído de la bruma,
entre el follaje de los siglos.
Aquí, sí, aquí
espero la luz.

Estos poemas fueron escritos entre los años 1983-1985, en el barrio de la Boca, Buenos Aires. Forman parte de un libro "La calle de este día. Otras calles. Otros poemas".

LA CALLE DE ESTE DIA -Poemas- Bs.As. 1982

LA CALLE DE ESTE DIA

Y así van estos días
del techo roto,
de maderas
y la ventana con su cielo
de cortina,
de inestrellable pecho hondo.


Estos días en que amo
y toco
la sensitiva palidez lunar,
la aureola triste
de los irreversibles santos,
por el mismo paisaje
en que fueron crucificados.

Podría irme yo mañana
por el camino
del mar o la llanura,
podría ser yo el errante,
el prófugo o convicto,
el árbol demolido, el mineral
caliente que un herrero
machaca y templa o pulveriza
con la impiadosa precisión
del tiempo

Podría irme yo mañana
a calcinar
mis ojos y mi boca
a un salar nocturno, o a beber
de un solo trago amargo las antiguas
tragedias que pusieron
en mi copa.

Las oleadas de desgraciados elementos,
de remotas inclemencias,
de furiosas traiciones y tradiciones.


I

Mañana que es justo
este paso que aún no doy
o que di mil veces,
repitiendo la vieja y futura
cadencia de mis pies,
ya muertos y sumergidos,
ya vivos encima del planeta y de la luz,
de las guerras,




del pasado que piso
como quien va sobre
un montón de esqueletos invisibles,
sobre la inmensidad del fuego
y las aguas
del hombre y la mujer fundantes
de esto que no soy
porque no sé,
porque me toco y veo
como si nunca acabara de nacer
o marcharme.

II

Ahí pasan bajo el ojo en llamas
del sol.
Ahí pasan,
mujeres, hombres, cosas.
Hay letreros en la sombra,
figuras de irrecordables gestos,
de múltiples muecas
bajo los toldos.
Las baldosas palpan los pasos:
aquí un niño,
aquí un anciano,
aquí un cadáver.
Un baldío abre su boca
en un bostezo de moscas y vapores.
Una rata se pierde en una alcantarilla:
antes de irse para siempre
da un coletazo neurótico
en el aire.
Ahí pasan: es un blazer con corbata
y un vestido transparente,
una camisa,
un zapato mordido por las rabiosas
ruedas de los autos.

IV

Vamos!
Más rápido!
Hay que pagar el buen sueño
de esta mañana
cuando despertaste
creyendo que ya estabas muerto,
que entrabas a un subterráneo
repleto de hormigas sudando, que
subías a un colectivo
apartando culos y piernas,




codos y el mal aliento,
y luego te apartaban, te dejaban
justo en la esquina del verdugo.
Y tu alma quería salirse del pecho
te golpeaba desde adentro enloquecida:
Quería un poco de luz,
nada más que un mechón,
una chispa,
una fibra de luz.

V

Ahora las sombras levantaron
su pared, sus silenciosas espigas.
Las agujas del cansancio
bogan en tu sangre, en la íntima
batalla de tus ojos,
en tus rodillas de plomo, en tu madera
donde esculpen
como fantásticos cinceles,
los dedos mínimos
de tu impotencia diaria.

VI

Vamos!
Hay que pagar una vez más
la precaria canción de la esperanza.
Vamos!
Que vendrán con cuentas inauditas
a cobrarnos la ilusión descosida y temblorosa.
Este eléctrico hilo
que nos
levanta
cada
madrugada.

Estos poemas fueron escritos entre los años 1983-1985, en el barrio de la Boca, Buenos Aires. Forman parte de un libro "La calle de este día. Otras calles. Otros poemas".