viernes, 17 de abril de 2009

OTROS POEMAS - Bs.As. 1982

LA GUITARRA DE ARANJUEZ

Aquel hombre tomó en sus manos
la orilla del atlántico
y tiró de ella hasta que América toda
se subió a su playa.

Luego,
con esas mismas manos húmedas
de sal, caracolas y algas,
tironeó del monte
hasta que los Urales
y el Himalaya
y las islas fantásticas del Pacífico
quedaron arrollados
como una alfombra que se sacude
en gigantescos pliegos
de bosques praderas, rocas y aguas.
Después,
África, selva y desierto,
confundida en una maza
de colores hacia el cielo.



Estaban hechas las fabulosas gradas.
Estaba hecho el anfiteatro.
Y en el centro
una guitarra viva comenzó a girar
en una danza cósmica
sacudiendo su melena de piel y metal
en una danza feroz dulce desconocida
entonces
el próximo fusilado de Goya
se quitó la venda de sus ojos
y comenzó a llorar
y cayó de rodillas estremecido
frente a la danza al fuego a la vida
Y los fusileros de Goya
soltaron diez disparos contra el muro
diez palomas ante los ojos atónitos
diez gotas de sangre
contra el mundo.
Y el griego resucitó al conde
y enterró el cortejo.

La guitarra viva giraba
para la humanidad
con su boca abierta en un grito
con su boca luminosa y enrejada
con su madera infinita
ante un planeta
amontonado
conmovido.

I

Antes que la peste
soltara sus podridos dientes negros
sobre el aire de Guernica
sobre el vientre claro de España
Y más antes
que la furia del infierno
azolara las juderías
y las tabernas de esqueléticos bebedores
Y mucho más antes
que fuera demolido el templo de la muerte
el trono de la hiena
la corona demencial
de los verdugos
¡fue tan antes!

II

La guitarra viva
ahora hablaba
en un canto de hombres y mujeres
y niños jamás escuchados
en un canto mineral
un canto líquido y vegetal
un canto que podría ser pintado
en la sonoridad de sus figuras.


EL CORO DE LA BOCA

En la pileta la señora gorda,
a las cuatro de la madrugada,
lava pañales,
platos,
esperanzas.

Mientras las babosas se deslizan
ágilmente a sus manos arrugadas,
a sus ojos,
a su boca,
a su rabia.

El esposo suelta en la cama
la curda que trajo callado,
pero el fragor
de los ronquidos
lo delata.

Un niño se despierta, el menor,
y al llorar da la alarma.
Son dos, tres,
cuatro niños llorando
a las cuatro de la madrugada.

Son seis, siete, quinientos,
mil niños ahora llorando sin pausa,
todo el conventillo,
el barrio
con la misma serenata.

La señora gorda no se inmuta,
y todo el planeta se desvela y levanta.
Ya no son las cuatro
y los niños
no se callan.

Los animales desesperan, corren,
vuelan y nadan, y solo las vacas,
siguen su eterna,
indiferente
marcha.

La señora gorda recoge en un balde
los pañales, los platos, la esperanza
y regresa
lentamente
a su casa.

Al entrar los niños se le abalanzan,
uno por uno los vuelve a las sábanas
(el marido
duerme
la curda desparramada)

Y callan primero los cuatro niños,
luego el conventillo, después toda la manzana,
el barrio,
el planeta.
Y aquí se acabó la cantata.

LA BOCA

Anoche la luna se balanceaba
en la cúspide de un conventillo,
después se alzó en el aire
con aletazos luminosos
y se perdió en la altura.

Cuando esto sucedía,
un mendigo hurgaba diligente el basurero
rodeado de gatos
que vestían igual que él.
A diez metros
una pareja se evaporaba
en las sombras
como una voluta de humo:
hacían el amor
en la fascinante neblina
que los tragaba.

Y debajo del puente los barcos,
debajo de los barcos el riachuelo,
debajo del riachuelo un cadáver
con su ancla de piedra
incrustada más allá del fondo.

II

Y viene el cansancio
y me devora el hígado,
el pecho, los brazos,
después
los alucinados ojos.

Hasta que caigo seco, pesado
como un gran tronco,
partido
en la mitad del milagro
o la demencia.

LA CANCION

Y no hago más que repetir una vieja canción,
una remota melodía.

Vuelvo a repetir
el cansado, monótono silbar
a extramuros.
Estoy en el vértigo
de hoy sobre hoy.
Hoy sobre hoy.
Hoy sobre hoy
hasta el infinito,
pero:
El mundo no se despereza.
Un anciano
asoma en el umbral de la caverna
blandiendo un garrote
hacia el satélite.
En la selva, un aborigen caoba
brilla en la penumbra.

Estoy repitiendo la canción,
las mismas notas
que murmuran las ruinas,
la que no cesa de reiterar el sol.

Un cohete zigzaguea
a ras del suelo.
El niño iraquí
se parece al niño peruano.
El joven de Etiopía
mastica la arena.
En Nueva York un joven
mastica el cemento.
El cohete entró de golpe
en la caverna del anciano.
El aborigen cocina raíces
y hormigas.

Si, esta canción es la misma,
las piedras la conocen,
la oyeron miles y millones de veces,
los esqueletos la tararean.

I

Y la canción rueda
de monte a monte,
de aldea a aldea,
de mar a mar, de sombra a sombra.
La misma canción
pretérita y futura.
La misma canción
como la sangre en torrente.

La canción lunar
que barre las colinas,
sube a la cima
de la especie animal
estalla y se reproduce,
y se puebla la vida de vida
y el cielo
se puebla y se despuebla
y se desploma
como un ave gigantesca.
Otra vez la canción solar,
la melodía humana
desnuda en la palma desnuda
del planeta,
en el horizonte del universo
terrenal.

EL SEXO

Me gustas
sencilla,
clara,
salvaje,
salpicada del tiempo que transitas
con tus pechos
femeninamente antiguos,
con tu boca
de copa y néctar.

Me gustas
violenta,
sabia,
ingenua.
Poblada de todos los hijos terrestres,
de toda la marea
en tu cintura.
Con ese olor a selvas, a vendimia.

II

Aré tu tierra
desnudo,
agitado.

Entré como a la historia
con mi bandera,
mis herramientas de labrador,
y vos
como la historia,
o el mundo,

me diste un sitio
donde sembrar
mi sangre
y mi corteza.

III

Mujer, aprenderemos juntos
este camino.

Tenemos que aprender
la vida
nuevamente.

Tenemos que aprender
la unidad
y sus matices.

Aún no hemos sido
profundamente felices.
No hemos conocido
la cara interna
del amor.
Buceamos en la penumbra, lo sé,
y tocamos algo
que tal vez fue la capa
más cercana de la belleza,
pero no hemos sido
profundamente
bellos.

IV

De allí vengo,
de tu estructura.

Toda mujer me ha parido,
me ha dado a luz.

Con todas conocí
mi antigua Patria.

Voy a recorrerte una vez más.
Voy a roer tus huesos,
tus luminosos huesos,
tu carne espumosa donde sueñan
los albatros diminutos,
febriles,
de mis manos ciegas.
Voy a hundirme en tus abismos
hasta la más profunda llama
donde crepitan
las onduladas raíces
de tu dulce, inmolada, cabellera.

Voy a perderme una vez más, lo se,
en tu penumbra.
Voy a andar, lo sé también,
a tientas,
siempre empiezo con vos
donde los ramajes
florecen
o se incendian.

V

A través de tus escombros
hay señales de fuego,
bocas de fusiles
con sus fauces abiertas.
Hay olor a hogar
demolido,
a demencia,
a corrompido desván
donde murmuran
las antiguas
fantasmales bibliotecas,
con muñecos de trapo
y pájaros
de cera.

VI

Te estoy amando
¿te das cuenta?
Me muero de sangre que se va
por las venas
de tu insaciable paisaje.
Me muero de ojos condenados
a soledad perpetua.
Y no puedo seguir recorriendo
tu laberíntica
y desfigurada silueta.
Ya al mirarme
a través de la herida
veo latir
un desconsolado planeta.
Tan inmóvil
en sus latidos sin mar,
sin pájaros; sin tierra;

Todo lo ha mordido
hasta el hartazgo,
invisible fiera,
la tristeza

SERENIDAD

Me detendría hoy
un largo instante
junto a los álamos enfilados
hacia el horizonte,
bajo los verdes
manzanos.
A palpar la tierra, las raíces,
las húmedas ramas
extendidas
maternalmente con sus frutos.
Me quedaría
mirando el cielo entre las hojas,
a dejar que crezcan
sobre mi
como en una patria
los hijos arrebatados
al musgo
y al rocío.
Los hijos de la tibia madera.
Me quedaría
una eternidad diseminado
entre canales
y semillas,
junto al cosechador
y a la morena
mujer que amasa y canta
una tribal canción
de pan
sobre la tarde.

EL CABALLO

Un barco,
allí, en el muelle,
tiene mi nombre
en un costado.
Está desierto.
Está
como dormido
en su metal,
en su madera,
en la penumbra.
¡Muerte!
¿Quién te ha erigido
Capitán?
¿Quién, de ese navío, quién
te ha puesto
sobre la borda
a esperarme?

Con un caballo me iré.
Con un caballo de tierra
a galopar
tus páramos repletos.
El barco,
para los marineros.

Yo me iré
galopando al sur
entre los bosques
y el desierto.

LA PATRIA

Porque las alimañas pretenden
prenderte fuego.
La rapiña a veces te corta un hijo,
a veces te lanza una escupida que no llega.
Porque
por tus ríos entran de noche
peces de metal salvaje,
y entre el follaje de tu pecho, como reptiles,
entran tropas, tropeles
de fantasmas arados hasta las cuencas
de sus imposibles ojos.

Por eso debes
izar el sol constantemente,
el sol aborigen,
la raza solar hasta la cima
del penacho volcánico incolumne,
el mástil insomne
de tu frente, patria.
Por eso debes
elevar tu pabellón selvático
para conocimiento del mundo.
Por eso debes
poner la llama humana,
la rama viva
sobre el pedernal
más alto de tu costa.

LA VISION

Y yo creía
que era mi estrella.
Cada atardecer
entre el humo y el cemento
ella venía
tímidamente,
venía
y se empozaba
al centro
de mi ventana ajena.

Pero no estaba
al sur
como creía.
Allí, en ese sitio,
todo da
invariable,
rutinariamente
al norte.

Estos poemas fueron escritos entre los años 1983-1985, en el barrio de la Boca, Buenos Aires. Forman parte de un libro "La calle de este día. Otras calles. Otros poemas".

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