viernes, 17 de abril de 2009

OTRAS CALLES -Poemas- Bs.As. 1982

SETENTA Y SEIS

Acá pasó de todo, sí,

la brújula del enemigo
señaló
sangrientamente
¡SUR!
La rosa de los vientos
estalló en mi costa
desatando el maremoto
y la penumbra,
levantando un muro de sal y piedra.

En mi camisa llevo
polvo de escombros, fragmentos
de pétalo cárdeno,
raíces
que arrancó de cuajo
la furia de la demencia.

Acá pasó de todo, sí,
un témpano filoso entró en mi calle;
una fila de cuchillos
casa por casa,
cada habitación.

Aún sangran los colchones,
los armarios,
las ropas ultrajadas,
las bibliotecas
mutiladas, mudas.

El fuego cómplice traidor
me devoró varios poetas
en segundos,
como los cuchillos con sus dentaduras,
las miradas fraternales
y los besos.


LA SOLEDAD


Esta noche hay un naufragio
de peces metálicos
de piedra de empedrado
bajo la luna desnuda
Sobre el asfalto
que cubre la tierra inmóvil

Esta noche hablo de vos
con el cenicero y el papel
con la rosa acalambrada del estante
con el pájaro de cera roja
que lleva un cascabel al cuello
un cascabel mudo dramático

Esta noche del naufragio vos
tenés mi vida en tu cuello
como el cascabel del pájaro así
mudo en tu piel de cera clara
adherido, como un beso eterno
y dramático al oleaje de tu sangre

De esta noche dejo a salvo
tu corazón, fruto sonoro,
tu pulso golpeando mi garganta,
tus piernas cálidas de estío, de árbol
ágil, de raíces
que sentí tantas veces arrastrarme
al más hermoso fuego, a la luz.

De esta noche de naufragio dejo
fuera de las aguas tus pupilas,
dejo fuera
del alcance del espía y el traidor,
del desastre y el siniestro observador
que espera,
dejo fuera de la desesperación y el miedo:
este amor,
mi salvavidas y mi corona
mi bandera,
mi indevaluable moneda
y mi semilla.

Tu rastro en mi almohada y mi pecho
sigue intacto, en el insomne curso
de las agujas mortales del tiempo.

LA MEMORIA

Un día vimos
como arrancaron de la tierra:
la tierra
y su semilla,
el mineral, la flor,
las húmedas raíces

Y vimos
la oscura tierra volverse
amarilla,
cenicienta.
Hojarasca fundida,
océano de piedra.

Un día vimos
como combatieron al viento,
como disparaban
al aire
y a los hijos del aire,
y al cielo por la espalda.

Y vimos
nuestros propios ojos muertos
invadidos
por el fuego
y metales
pulverizados

Un día fuimos
la selva, el clima, la bandera,
la vendimia,
el vino salvaje,
y sobre todo;
la tierra ¡la tierra!

GUARDIA CALLES

Como furia blindada son,
como bestias automáticas insaciables.
Van por la calle husmeando la vida
en su vértigo de armas incontrolables.
El gatillo razona su eficacia
bajo un dedo muerto.

I

El hombre huye.
Vienen los metales armados de bestias.
Un rayo oxida la cara del joven
que ahora es un Cristo sin cruz.
La noche ha nacido en aquellas pupilas heladas.
El mantel del cielo se desplomó
sobre la espalda de aquel desconocido hermano.

II

El plomo y la lujuria están de fiesta,
aletean como pájaros grotescos,
miden, señalan, se regocijan y beben
la sangre tibia
de la cara del hombre.
Alguien premiará por aquella cabeza
llena de nidos minúsculos.

III

Por donde pasan
se pudre el aire como una fruta.
Como si la sarna hiciera presa
de los ojos de un anciano dormido,
o de un niño
recién parido sobre la tierra.

IV

Alguien construye
animales y los suelta en altas horas.
Animales que surcan la penumbra, la borrasca
y se arañan y babean
detrás de un cristal blindado.
Animales que jadean en su voracidad,
en sus hambres demenciales.
No les dejes vida a mano:
todo lo destruyen.
Mira esa casa:
ha pasado por allí
una virulenta lluvia de ácidos.
Por allí estuvieron.
Allí existía una canción irreproducible.
Una mirada encendía el ventanal
cada madrugada.
Habían besos aleteando en los cuartos
y en el patio los colores
de cada primavera con sus hijos;
ahora solo quedan
paredes, muros orinados por las bestias
y sólo habitan ese hogar
negras palomas del silencio.

CALLE Y CARCEL

Y uno mira al rededor.
Los niños de pasto y gritería.
Las baldosas partidas por el foco
solar.
Fuma bajo el árbol centenario, piensa..
Unos muslos pasan alborotando
el mediodía y uno
tiene hambre y no se decide,
se levanta y camina
sin rumbo en los horarios y las heridas


Alguien
infinitamente lejos y cerca a la vez
apoya la frente
en los barrotes,
abre el portón de la memoria
y juega con la planta de los recuerdos.
De pronto, entre las ramas,
aparece una mirada aguada de nubes,
una mesa tendida con sencillez,
una calle de barro,
una sirena,
un derrumbe,
otra vez los barrotes,
el vacío.

CALLE COLMENA

La calle está llena de mujeres.
La calle está llena de hombres.
La calle es una colmena dividida,
Un hormiguero partido en dos sexos,
mirándose con desconfianza
o voracidad,
con impotencia.

Una pareja pasa lamiéndose
mutuamente con dulzura, con una
ajena ternura poblada de párpados
y dedos.

Miradas de odio.
Miradas celosas.
Miradas de nostalgia.
Miradas de cenizas.

Miradas, Miradas, Miradas.
Un río de pupilas
azolando aquellos cuerpos amantes.

Desde hace Miles de años
hay ríos de pupilas sin entender.
Hay una catarata de sables y sotanas,
de templos y garrotes.

Hay muros en la calle,
altos muros.
Hay que derribar muros para amarse.
Estamos a sólo un segundo,
a medio paso
sin poder existir completamente.

Viendo como la calle
se llena de mujeres y hombres
solos,
partidos por un hacha
remoto, diseminados como diminutas
colonias, mínimos súbditos
de un arcángel castrado
que alza su vara neurótica
a través de los siglos
sembrando el pánico y la soledad.

CALLE ENTRE HORARIOS

Rompen la vereda.
Cavan, sudan,
se entumban lentamente
hasta tocar las eléctricas venas
de la ciudad sumergida.
Luego hierven
el negro pegamento
y regresan a la profundidad.
Allí entre raíces de cobre,
confundidos
con el cieno y la piedra,
desaparecen.


DIVISIÓN DE LA CALLE

No estamos en la misma calle.
Nos vemos, si,
nos oímos,
nos sabemos.
Pero no estamos en la misma calle.

Las paredes se parecen.
Y el asfalto, y hasta los muebles
desmayados detrás del cristal.

Podría decirse
que estamos juntos, cerca,
pero no unidos.
Aún amontonados frente al desastre
no hacemos
la unidad necesaria.

Aún salpicados
por el mismo barro,
golpeados por los estampidos.

Nos vemos, sí,
a través de una distancia
de siglos y de espantos,
de tierras y neutrones,
con la nariz aplastada contra una vidriera
que el polvo va cubriendo.

Aún sentados en la misma mesa
la madera nos separa
como un puente a través de la historia,
a lo largo del mundo.

VARIACION SOBRE LA CALLE

Se que no podrían ser los mismos.
Nadie ya es el que era,
segundo a segundo.

Si los pumas mataron los pájaros
de una edad
y los edificios desbordaron sueños:

Nadie ya es el que era,
gesto a gesto.

Si en las veredas paso el fuego
del metal enrarecido
y en los ojos de los niños aparecieron
viejos
mendigos.
Pero ¿en qué país quedo tu risa,
la risa volátil como un globo,
la alegría que adornaba tus deseos?

¿En qué patria de los olvidos cayó
sin alas lo que fuera
ámbito de tu pecho?

¿En qué mundo antiguo se suicidó
tu alma llena de balazos ajenos?

Se que no podrían ser los mismos.
Nadie ya es el que era,
segundo a segundo.

MANIFIESTO DE ESTA CALLE

Te dejo este panfleto de los días,
esta bandera remendada.
Este cortejo de fúnebres alegatos
sobre el papel amarillento
de un periódico,
el mismo que vi volar deshojado
por el viento,
el mismo que usó un linyera para taparse
en las heladas noches de junio,
para morir
luego de hambre
en la estación más gris
de la patria.

Te dejo este espejo
en el que te reflejaste tantas veces
entre la multitud.
Frente a las vitrinas
de lo imposible.

Ahí está
con sus remiendos
y sus llagas,
sus cruces infinitas
extendida en la palma
desconocida de tu mano.
La llama inextinguible de esta vida común
en superficie.
De esta vida agujereada pero insumisa.
De esta vida única y terrestre.


PRE-EPILOGO


No me dispares.
Voy a estar igual en todo cuanto toco.
Voy a llegar millones de veces,
como espejos enfrentados,
voy a repetir mis ojos en los tuyos.

Otro fuego me reclama.
Otras llamas más profundas como
raíces de luz bajo este día.
Me precisan
no como sombra,
no muerto de disparos tristes,
Me requieren
intacto
en la estatura de la vida.
Me solicitan
de tierra y de árbol,
de madera metálica,
transparente.
Al igual que yo, la luna irviente
del crepúsculo,
en la marina cintura de tu cuerpo luminoso.

No me dispares,
duele en mi ya un holocausto
simultáneo, una feroz escala
de números bermejos.

Las cifras del dolor que multiplican
los gatillos de los pastores
del invierno.
De los que arrean los diluvios
desde una campana enloquecida.
De los que roen
los huesos amorosos
de mis pájaros sanguíneos.

EPILOGO

Aquí o en el final
del paisaje que aún no llega,
puedo decir que ya
te estoy amando o muriendo.

Lo estuve pensando niño
y después cuando el sol vertía
el apuro de amor,
la urgencia de humedad sobre mi alma.

(En la calle me azotaba el viento
y en mi casa las paredes)

Te ibas y llegabas siempre
con el mismo puñal sangriento,
con la misma y atardecida arma.
Te ibas y llegabas siempre
puntual
a la hora de mis muertes.
me traías la cruz repujada,
torpemente,
la cruz de los idiotas y de los olvidados.
Me traías las lápidas y las flores
de papel de diario.
Las horrorosas coronas de los difuntos
prematuros o inocentes.

Te ibas y llegabas siempre
tapándome el pecho y la garganta
¡el sueño!
Sacudiendo mis escombros adolescentes
con tu alma indescriptible.
Jugando sobre mis ruinas como
un fantasma hermoso,
como una bella herida de ojos grandes,
como una fascinante estrella lúdica

Te ibas y llegabas siempre...

Y te tengo que esperar
hasta que estalle esa vidriera,
hasta que vuelen por el aire
los vidrios demolidos de esta larga noche.
Hasta que salten en pedazos
de afiebradas multitudes el último
peldaño de esta
era
nocturna, subterránea.

Te tengo que esperar
como recien nacido o llegado
de las penumbras.
Para eso me mato diariamente,
me dispongo
y te espero,
amasando la tierra
donde deposito mis dolores,
donde dejo caer mis raíces con alivio
(me pesa esta geografía
de llagas profundas).

Y así te voy construyendo
para esperarte desde adentro,
desde el mercurio de tus venas rotas,
me aproximo y me derrumbo,
y reaparezco besándote la arena,
la playa que da a luz los materiales
de la futura hembra.

Te construyo.

Te espero.

FINAL DE UNA CALLE

De aquí no me muevo
hasta que salga el sol,
hasta que asome la luz,
la prístina luz de la alborada.
No saco mis pies, mis ojos,
mi corazón de este sitio.
Antes veré arder la flor crucificada.
Antes se partirá la tierra y partirán
las cobardes golondrinas.
Antes caerá mi historia como una hoja más
de la planta universal
que me sostiene.

I

No marcharé nocturnamente
como un traidor
a mi propio pecho desmayado.
Hasta que salga el sol es la consigna.
La señal de amor
que me recorre igual
que una nave mágica
la corriente de mis ríos sanguíneos.

II

Ya no soy yo en este barranco
sino el ser imaginario
de un mendigo transparente,
de un esclavo africano de hace cien años,
de un oficinista europeo.
Ya no soy yo en esta pizarra
borroneada hasta el infinito.
Soy lo que el mal sueño de un verdugo
sintió picotearle las entrañas.
Soy la rama lejana de un hombre antiguo
enclavado en la estatura de su lucha.
Ya no soy
sino el eco de una voz sumergida,
ese canto mineral
en las vísceras del mundo.

III

De aquí no me muevo
hasta que surja la luz.
No quito mis raíces doloridas,
mi emblema de pupilas en llamas,
mis sonoras regiones, mis praderas
de polen extendidas hacia el confín de tu cuerpo.
Nadie, nada,
me quita de este sitio
porque ya no soy yo
y aquí espero el sol, la alborada,
sobre este mantel bermejo, sobre esta piedra
enrojecida como un corazón extraído de la bruma,
entre el follaje de los siglos.
Aquí, sí, aquí
espero la luz.

Estos poemas fueron escritos entre los años 1983-1985, en el barrio de la Boca, Buenos Aires. Forman parte de un libro "La calle de este día. Otras calles. Otros poemas".

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